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Papel reciclado

Infancia

Licenciada Silvia Aragón a sus cuatro años de edad, en el parque de la ciudad del Puyo.

Como mi papá era militar, le hacían cambio de lugar cada cierto tiempo, y, por ende, mis hermanos y yo crecimos en dos comunidades diferentes, pero a la vez muy similares por pertenecer ambas a la nacionalidad Kichwa. La primera comunidad en la que viví mi infancia y nacimos la mayoría de mis hermanos y yo, fue Curarai, una hermosa comunidad, rodeada de árboles y ríos que mantienen la esencia de la Amazonia, mientras que, mi adolescencia viví en la comunidad de Loracachi[1] hasta que cumplí mis once años de edad.  Al existir batallones tanto en Curarai como en Loracachi y al no estar tan separadas estas dos comunidades, era natural que a mi papá le hicieran un cambio. Por ello, cuando yo cumplí mis siete años de edad y solo había terminado mi primer grado en la comunidad de Curarai, tuve que decirle adiós a mi escuela para empezar de nuevo en la pequeña, pero muy bonita comunidad llamada Loracachi, que se encontraba en lo profundo de la selva, a dos días de camino, río abajo. En dicha comunidad, yo pude terminar la primaria y aprender un poco más sobre mis raíces junto a mi familia y amigos. 

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En Loracachi, existía un docente titular que iba constantemente al ministerio, y a su vez, existía un batallón con conscriptos que por cierto tiempo debían de estar ahí, hasta cumplir sus obligaciones en el cuartel, algunos de ellos eran bachilleres que ayudaban como docentes en la escuela que yo estudiaba. Al ser ellos docentes mestizos, las clases eran solamente dictadas en español y por eso mis hermanos, mis amigos y yo no podíamos desarrollar el idioma o ser muy participativos en clases como queríamos. Sin embargo, al llegar la hora del receso siempre me reunía con mis compañeros para jugar futbol y varios juegos que siempre nos inventábamos entre todos. Dichos juegos siempre permitían que nosotros aprendiéramos más el Kichwa, porque en ese idioma nos comunicábamos para jugar. En mi infancia, la mayor parte del tiempo jugaba en el río, en el lodo, fútbol en la escuela y a pesar de que estuve ahí durante mucho tiempo, nunca aprendí a treparme a los árboles porque tenía mucho miedo de caerme, todos siempre se trepaban con gran rapidez en los árboles, menos yo.

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Recuerdo que la cancha de mi escuela siempre solía estar con mucha hierba, ocultando la gran cantidad de lodo que existía dentro de ella, de esa manera, en los días que llovía nosotros no respetábamos ni la lluvia, ni nada porque solamente queríamos jugar y divertirnos en la hora de recreo al máximo. Aunque a mi madre eso no le parecía bien porque a mí no me gustaba ponerme pantalones de niña, tan solo shorts, mamelucos, faldas o vestidos. Y cuando ella me obligaba a ponerme pantalón con más gusto yo me enlodaba para que los pantalones se dañaran y al final terminaba como un cuco en medio de la lluvia, pero sin duda alguna, siendo muy feliz con todos mis amigos. 

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Después de llegar de la escuela, en las tardes ayudábamos a mi mamá en la chakra, a sembrar yuca y plátano con la ayuda de dos canastos que mi papá tejía para cada uno de nosotros. mi mamá tenía un gallinero grande de cien pollos, cada semana ella asignaba a uno de sus hijos para que lo cuidara, el cuidado consistía en que cada mañana contáramos todos los pollos, tarea que a veces era un poco difícil, pues el gallinero tenía dos puertas, una grande y una pequeña, usualmente los pollos salían por la pequeña y nosotros tan solo debíamos de contar y recoger los huevos con la ayuda de un bolso de tela que mi madre confeccionaba con la ayuda de una máquina manual que ya debe de tener ochenta años de existencia. Al día, recogíamos entre tres a siete huevos del gallinero y en la tarde, cada uno de nosotros se encargaba de guardar las gallinas y cerrar el gallinero.  

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De esa manera, mi madre así se convirtió en nuestra primera profesora, que, a pesar de solo haber cursado hasta tercer grado en el internado con las monjitas, nos enseñó a contar, leer y escribir con el apoyo de carteles grandes que tenía y con las tareas que nos encargaba en la casa desde muy pequeños. Recuerdo que mi mamá conservaba todo empaquetado porque así le habían enseñado las monjas a cuidar de sus materiales para enseñar. Al contrario de nuestra mamá, mi padre, siempre nos contaba muchas leyendas, cuentos y creencias de nuestra nacionalidad, que nosotros amábamos escuchar antes de dormir. A su vez, también nos contaba sobre sus propias vivencias cuando él cazaba e iba de pesca a modo de cuentos y leyendas. 

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Sin duda alguna, puedo decirles que mi infancia fue la más bonita, no tengo ningún mal recuerdo de ella, a lo contrario, recuerdo con mucho amor los juegos en la escuela, en el lodo, a mis amigos con los que siempre aprendía jugando y sobre todo la felicidad que sentía al vivir ahí, rodeada de la pacha mama. 

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[1] El nombre de la comunidad de Loracachi, surge por la presencia de una gran cantidad de loros en la zona.

La docente Silvia conserva la máquina de su madre como una reliquia muy importante.
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